El artista colombiano Edgar Negret no imitó la realidad. Se nutrió de ella y creó un lenguaje
que inventa nuevas formas de presentar lo que nos rodea.

Edgar Negret (1920) vivió maravillado con el universo. “Viví al borde de que algo, muy al
margen de lo real, aconteciera,” dijo al periodista José Hernández. “Creo que en mi obra he
buscado a Dios siempre y por todas partes.”  

Probablemente por eso nunca fue un artista totalmente abstracto. No se interesó en la forma
“porque ajá”, sino porque estudiarla, crearla e investigar su relación con el espacio, eran su
manera de pensar y de acercarse al mundo.

Su famosa serie Aparatos Mágicos (1950’s) refleja la sorpresa de un hombre de Popayán, que
nunca había visto un semáforo, al llegar a Nueva York y descubrir una realidad movida por
máquinas: los trenes llegan a las estaciones de metro cada 5 minutos; cientos de semáforos
regulan el paso de carros y peatones; y en las oficinas, en los aeropuertos y en los centros
comerciales hay máquinas dispensadoras de comida y bebida.

“Para mí era pura magia. Esas máquinas las relacionaba con los grandes dioses que dirigen a los
hombres. Vivía fascinado desde por la mañana,” dijo a Hernández.

Volvió a Colombia en 1963, luego de haber vivido en España, Francia y Estados Unidos. El
regreso a la natural exuberancia del trópico, sumado a un interés por las culturas precolombinas –
en particular la Inca y la Navajo-, lo volcó a la representación de las formas de la naturaleza y del
arte indígena.

Sus esculturas ya no reflejaban la mirada de un hombre que, maravillado con la industrialización
que impulsó la modernidad, construyó aparatos mágicos. Se convirtieron, por el contrario, en la
creación de un hombre moderno que utilizó sus herramientas y materiales -tuercas y aluminio-
para evocar los ciclos de la luna; la metamorfosis de los animales; el movimiento de las
serpientes; los típicos tejidos peruanos; y la vivacidad y el colorido de las fiestas de esa región.
Negret siempre buscó inspiración en el mundo que lo rodeaba, pero su lenguaje artístico nunca se
limitó a éste.

Así como los poetas no describen el universo sino que lo evocan, Negret no esculpe
escaleras (1980’s) sino el ejercicio de ascender; usa el vacío para expresar la agonía de Job
(1947); y curva las líneas y juega con los efectos de la sombra y los colores para hacer móvil lo
estático.

Negret dedicó su vida a hacer lo que Sócrates recomendó a los atenienses: contemplar el mundo
y preguntarse por el significado de la vida. Reflexionó esculpiendo y creó una obra que, según él,
“no es otra cosa que un volcamiento hacia los demás de lo mejor que tengo.”

Este es el primero de una serie de artículos -realizados con el apoyo del Museo de Arte Moderno
de Bogotá- que explorarán la obra y la filosofía de los artistas modernos colombianos y
latinoamericanos.

Por: Cristina Esguerra [author] [author_info]Cristina Esguerra es filósofa y periodista. Tiene una maestría en Filosofía de la Universidad de Freie y una maestría en Artes y Cultura de la Escuela de Periodismo de Columbia. Actualmente trabaja como periodista independiente en Berlín, escribiendo principalmente para Deutsche Welle y varias publicaciones artísticas y culturales.[/author_info] [/author] 

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